Cuando uno pasa mucho tiempo en un lugar, tiende a
buscar su espacio en él… Como su guarida, su refugio… donde se siente a
gusto y se siente en su casa, aunque esté muy lejos…
Es
importante buscar ese lugar, ese rinconcito, aunque esté escondido,
porque eso demuestra que uno está siendo parte de aquello de que lo que
vive. Estamos formando parte de él… Y a su vez, lo estamos dejando
entrar.
Por ejemplo, mi
rinconcito especial en México fue Tulum, concretamente la playa que se
encontraba bajo el acantilado. Para mí era un lugar mágico, aunque muy
turístico… pero estaban las ruinas mayas arriba, el mar limpio,
cristalino de color turquesa abajo, un acantilado que rodeaba la playa,
la arena de coral suave que me acariciaba los pies, la temperatura del
mar era ideal… estando allí, me sentí a gusto, a gusto conmigo misma…
Había mucha paz allí, y yo tenía ganas que esa paz formara parte de mí.
Otro
ejemplo, es Italia. Dentro de la Basílica de San Pedro, en la parte
derecha, hay una puerta un tanto escondida detrás de unas cortinas. Es
el único sitio donde se puede entrar únicamente para rezar. Yo me colé…
Es una sala no muy grande con varios bancos, en el centro hay una
estatua de un ángel de color blanco.
Lejos
del bullicio de la Basílica, dentro hay puro silencio. Allí me senté
una mañana para pensar, para meditar y absorber todo lo que estaba
viviendo en Italia. Lloré, sonreí y me emocioné al ver que estaba
pisando suelo italiano en mi primer viaje en solitario…
Dublin
tiene muchos lugares especiales para mí, además del Café Bell del que
ya hablé… en las próximas entregas hablaré de esos rinconcitos de los
que guardo un especial recuerdo.
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