Todos los días cojo el mismo autobús para ir a mis
clases de inglés en el centro de Dublin. Siempre a la misma hora. Y
Siempre a la misma hora sube mi vecina, que vive en la casa de en
frente. Durante los primeros 2 ó 3 días nos saludábamos con un escueto
“hello” al vernos.
Pero atendiendo a la típica cordialidad y sociabilidad irlandesa, pronto pasamos del saludo inicial a contarnos nuestras vidas.
Ella
está casada con un hombre español de Málaga, tienen 2 hijos y viven en
Dublin. Ella sabe hablar algo de español, pero le da vergüenza practicar
conmigo. Le encanta España, el sol, el calor, el buen tiempo, y el
ritmo de vida… Ella trabajaba como enfermera en un hospital, y siempre
protestaba contra una paciente anciana que le daba mucha guerra.
Mi
vecina no dejaba de hablar, y eso que se bajaba a los 10 minutos de
haber subido al autobús. Me contaba miles de historias, divertidas,
graciosas, tristes… pero yo no era capaz de entenderle ni la mitad… Cada
mañana me lamentaba por ello. Entendía algunas cosas, pero muy pocas.
Para mí ella hablaba muy deprisa, y aunque en alguna ocasión le pedía
que no hablase tan rápido, y ella bajaba el ritmo, yo me daba cuenta que
eso no era suficiente y terminaba por agotarme por el esfuerzo de
intentar comprenderle y asentar con la cabeza todo lo que ella me decía…
Cuando le entendía una frase
seguida de lo que me estaba comentando, yo reía de emoción!!. Pero
generalmente lo que escuchaba era un sinfín de sonidos sin sentido para
mí…
Trinity College. Dublin.
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