Ellos, además de la liga nacional, tienen una liga de fútbol gaélico, el cual es una mezcla entre fútbol y rugby.
Se usan las manos y los pies, existe mucho contacto físico entre los jugadores, la portería es la típica del fútbol, pero además, cuenta con dos palos largos al más puro estilo del rugby.
Es un deporte mucho más dinámico que el fútbol, y aunque yo no lo seguía demasiado, era entretenido de ver.
Dentro del complejo universitario de Trinity College, existe un campo de fútbol gaélico. Yo alguna tarde fui a ver cómo jugaban. Aunque sinceramente, nunca llegué a comprender las reglas de este deporte...
Campo de fútbol gaélico en Trinity College, Dublin.
En alguna ocasión, una profesora de mi instituto de inglés llegó a preguntarme cómo era posible que no me gustase o por lo menos, no mostrase interés en enterarme de las reglas del juego teniendo en cuenta que yo vivía en Irlanda, a lo que le respondí que no me gustaba el fútbol en ninguna de sus variantes, independientemente de que viviese o no en Irlanda, al igual que tampoco me gustaba la cerveza Guinness...
En el año 2009, se jugaron las clasificaciones para el mundial, e Irlanda se enfrentó contra Francia.
Recuerdo aquella noche como si fuera hoy. La mitad del país estaba mirando la televisión, pendiente de una clasificación que se hacía rogar.
Mi compañero de piso Owen, no fue la excepción. Se instaló en el sofá del salón con la tele a todo volumen.
Yo le escuchaba gritar, saltar y protestar. Como yo no me enteraba de nada con lo relacionado al fútbol, salí de mi habitación para preguntarle si se encontraba bien.
Me explicó que Irlanda se estaba jugando la clasificación para el mundial y que el partido estaba reñido. Justo en ese momento, se produjo la "famosa mano" de Henry, que dejó a los irlandeses con la miel en los labios.
Owen pegó un grito y un salto del sofá, que casi me produce un infarto del susto que me llevé. Chilló de frustración cuando vio que su país se quedaba inevitablemente fuera del mundial.
Mientras, Juyeon y yo, nos quedamos con cara de tristeza al ver que, evidentemente, nos habíamos quedado fuera, porque, aunque ella era coreana y yo no era irlandesa, sentíamos que aquel país que nos había acogido con tanto cariño, era lo más parecido que teníamos a nuestro hogar en aquel momento.
Éramos irlandesas de adopción.
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