domingo, 25 de noviembre de 2012

Vivir en solitario: Dublin (XXXVII)

Una mañana de sábado aparece, en mitad de nuestro jardín trasero, un perro. Pensé: cómo demonios ha entrado este animal?... Lo cierto es que únicamente teníamos una valla de un solo lado que nos separaba del vecino de nuestra izquierda, pero que no cubría la parte de la derecha. Por lo que si el vecino quería entrar a nuestra casa, podía hacerlo si le apetecía…
Este perrito, muy pequeño, despeinado, asustadizo y sinceramente, bastante feo, estaba en nuestro jardín. Cuando nos vio, a Juyeon y a mí, se nos quedó mirando, pero enseguida vio que no íbamos a hacerle nada.
Evidentemente, le ofrecimos agua y comida, y… lo secuestramos!. El vecino no sabía que lo teníamos nosotros, y lo metimos dentro de la casa. Juyeon y yo decidimos quedárnoslo. A mí me hacía ilusión tener una mascota, extrañaba a mi perra en España, y la única compañía que tenía en mi habitación eran dos plantas pequeñas con flores llenas de pulgas (las cuales me costó mucho combatir). El perrito olisqueaba el salón, aunque se mostraba desconfiado aún…
En algún momento, creo escuchar al vecino que lo llama. Juyeon y yo no dijimos que lo teníamos. Se quedó aquel animal en nuestra casa prácticamente todo el día, hasta que… Peter lo descubrió!. Nos dijo que el casero no permitiría una mascota en la casa, y que tarde o temprano el vecino se enteraría de nuestra fechoría (algo bastante obvio, teniendo en cuenta que el vecino vivía justo al lado nuestro… ), por lo que no podíamos tenerlo en casa… Teníamos que terminar con nuestro secuestro!.

Al perrito lo devolvimos, empujándolo entre las plantas hacia la casa del vecino. Un par de días más tarde volvió a aparecer, el vecino lo descubrió y nunca más volvimos a saber de él…





Jardín trasero de mi casa. Dublin.

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