jueves, 13 de marzo de 2014

Dublin y yo soy gilipollas (VIII)...

Después que mi amigo se marchó aquella mañana, y viendo que yo tenía un nudo en la garganta por todo lo que había ocurrido aquel fin de semana, y aprovechando la casualidad que aquella mañana mi profesora venía con retraso, decidí salir a la calle para buscar a mi amigo y decirle lo mal que se había portado conmigo.

Si bien ya lo había hablado con él un día antes, sentí en aquel momento que me dejaba cosas en el tintero.
Cuando salí fuera de la escuela, y pese a que habían pasado solo unos minutos, mi amigo había desaparecido. Lo busqué por las calles cercanas, pero no había ni rastro de él.

Asique regresé a la escuela con la sensación horrible que había cosas que no le había dicho.
Aquel día trabajé hasta tarde, y llegué a casa muy cansada. Después de prepararme la cena le escribí un email a mi amigo diciéndole las cosas que yo sentía que habían pasado mal aquellos días.
Fue un email sin muchos reproches, en el que expresé cómo me sentí aquel fin de semana.
Únicamente hablaba de mí.

Cuál fue mi sorprensa, al día siguiente, cuando descubro que me había borrado del Skype, medio por el que hablábamos habitualmente.

Pasaron unos días hasta que llegó su respuesta. No me explica el motivo de su comportamiento, simplemente se limita a darme las gracias por todo: por mi hospitalidad, por mi cordialidad, porque pese a todo se sintió muy a gusto en mi casa y con mi compañía.

No volví a saber nada más de él, excepto por unos comentarios suyos a través del Facebook, en el que se burlaba de mí junto con unos amigos.
Poco tiempo después de aquello recibí una llamada suya, estando yo en Alemania, llamada que evidentemente ni atendí ni devolví.

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