martes, 12 de febrero de 2013

Vivir en solitario: Dublin (XLVIII)


Tarde de sábado. Suena mi móvil. No reconozco el número. Cuando atiendo, del otro lado me habla un hombre en inglés. Pregunta por mí. Cuando le digo que soy yo, no entiendo nada de lo que me dice.

Le pido que por favor hable un poco más despacio que no le comprendo. Vuelve a intentarlo. Sigo sin entender. Nuevamente le pido que me hable un poco más despacio. A la tercera fue la vencida!. Me llamaba uno de los chicos del bar, al que yo solía ir los domingos por la tarde. Me pregunta si iba a ir al día siguiente. Le dije que si. Que allí nos veríamos.

Y así fue. Me presenté en el bar, como hacía todos los domingos y allí él estaba.

 

A los pocos días, recibo un mensaje suyo. Me decía que no me llamaba porque seguramente no iba a entenderle nada, que sería mejor para nosotros la comunicación vía SMS. En el mensaje me pregunta si quiero dar un paseo con él a un parque cercano. Quedaba poco tiempo de verano, pero aún estaba bastante florecido y que sería muy bonito el poder pasear.

Evidentemente, entendí el propósito que escondía. No me pareció mal que lo intentase, en absoluto me ofendió!, pero yo no quería alimentar unas esperanzas que no podía corresponder. El entablar una relación en Irlanda, hubiera supuesto un desastre para mí!. En primer lugar, mi estadía tenía fecha de caducidad, yo no quería vivir en Dublin, tan sólo quería vivir una experiencia personal, pero acabada ésta, yo quería volver a mi tierra: España.

Me gusta el sol, me gusta el calor, me gusta el estilo de vida español. Irlanda es un país hermoso!, tiene unos paisajes envidiables!, la gente es sociable, amigable y solidaria!, su manera de vivir es muy parecida a la de España, pero había un detalle, muy importante para mí, que Irlanda no tenía y si España: mi gente!.

En Irlanda estaba sola. Podía hacer amigos, si, podía acoplarme al estilo de vivir irlandés, también, pero estaba sola. Lo único que me empujaba a seguir estando allí, era mis ansias de vivir una experiencia personal!.

 

Muy educadamente, le dije que no podía, ya que tenía que estudiar. Pasados unos 3 ó 4 días, volvió a aparecer con una proposición muy parecida a la anterior. Y nuevamente volví a negarme.

Captó la indirecta y no volvió a escribirme nunca más. Lo veía por el bar los domingos, yo lo saludaba amigablemente y él hacía lo mismo conmigo.

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