Mi segundo lugar favorito en el cual se me podía encontrar
casi todas las tardes al finalizar mis clases, era el McDonald’s de Grafton St.
Según se accede a la calle, dejando atrás la Universidad, a
pocos pasos y a mano izquierda se encuentra un McDonald’s bastante grande y
bastante concurrido.
Yo no iba allí a comer hamburguesas, no, puesto que soy
vegetariana. Pero según se accedía allí, del lado izquierdo, había una barra
donde servían cafés, chocolates y pastelería.
Yo tenía la tarjeta del McDonald’s, y allí me tomé los
mejores chocolates calientes de Dublín!. Tenía la opción de pedirlo con nata montada
encima, con pepitas de chocolate e incluso, con M&M’s… siempre que iba me
pedía uno distinto, acompañado, claro está, de un croissant recién salido del
horno… mmm!.
Me encantaba sentarme junto a la ventana para ver a la gente
pasar. Para acceder hasta estas mesas, era frecuente el tener que superar una
gymkana de obstáculos de mochilas, abrigos tirados en el suelo... Si había
suerte y conseguía una mesa libre, era relajante ver a la gente a través de la
ventana con sus paraguas pasando de un lado a otro, y sobre todo, yo me quedaba
hipnotizada con el brillo de los relojes y collares de la joyería de enfrente.
En la entrada principal tenía un reloj enorme bastante grande y llamativo.
La otra opción era en la barra, que estaba como medio metro
por encima del suelo y se podía ver a todos los comensales desde otra
perspectiva. Allí leía el periódico, y fue precisamente allí, donde comencé “mi
carta a mi futuro yo”.
Al igual que el bloguero “cartas a mi futuro yo” que entra
por aquí de vez en cuando, yo también me escribo cartas que abro pasados 10
años. Si, de puño y letra me cuento cosas que estoy viviendo y cosas que me
gustaría vivir en un futuro, cuando lea esa carta.
Mi próxima carta no la leeré hasta que cumpla 40, asique aun
me quedan un par de años para abrirla…
Es curioso cómo, pasados tantos años, se cambia la
perspectiva de la vida y la manera de verla… quizás sea eso lo que significa
que uno se está haciendo mayor, que está creciendo y aprendiendo…
En el aquel McDonald’s plagado de gente, no sólo comencé mi
carta, que por desgracia nunca llegué a finalizar, dado que la perdí en una
mudanza y no volví a saber de ella, lo que me obligó a reescribirla tiempo
después. Sino que también comprobé en qué estado estaba mi nivel de francés.
Una tarde, una madre y su hija pequeña, ambas francesas, se
sientan en la mesa de al lado. La niña era bastante traviesa. Con cualquier
excusa, me puse a hablar con la niña en francés. Su madre me respondió muy sorprendida
de que alguien le hablase en su propio idioma lejos de su tierra natal.
Hablamos un rato, ella evidentemente se comunicaba conmigo
hablando despacio. Estuve practicando un rato y me lo pasé genial, genial al
ver que podía comunicarme en un tercer idioma, y fue justo en ese momento
cuando me di cuenta que estaba siendo muy afortunada de conocer 3 idiomas, que
aunque me costase un poco entender cuando me hablaban merecía la pena ver que
poco a poco iba progresando.
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