viernes, 31 de mayo de 2013

Dublin y el desamor

Después de un par de semanas de estar en Dublin, una mañana soleada de sábado, me levanto con una opresión en el pecho. Siento angustia y desolación. No entiendo el motivo.
Me quedo en la cama pensando qué es lo que me está pasando. Un mal sueño?, el agobio de verme sola en un país extranjero?, el miedo a no poder afrontar la situación?... No, no era nada de eso.
A mi mente vinieron recuerdos del pasado: una ruptura sentimental tremendamente dolorosa no muy bien gestionada por el dejador y pésimamente asumida por la persona dejada.

Había pasado algún tiempo de aquello, pero estando sola en Dublin y en muchas ocasiones teniendo tanto tiempo libre, mi mente, mis pensamientos y mis recuerdos ocupaban buena parte de ese tiempo ocioso.
A pesar que la losa de la culpabilidad por lo sucedido la había estado cargando yo hasta ese momento, por primera vez, después de tanto tiempo, me doy cuenta que había sido un poco injusta conmigo misma. La otra parte, tampoco lo había hecho tan bien, había cometido fallos que no quiso, no pudo o simplemente no le apetecía ver. Asumí que los dos, de alguna manera, habíamos sido los culpables de la situación a la que habíamos llegado. Y no solamente yo como se me hizo creer en un principio.
El ver los errores de la otra persona no exime de los tuyos propios, pero si te descarga un poco de ese enorme peso. Y por otro lado, ayuda a desmitificar o dejar de idealizar a la otra persona.

Aquella mañana comprendí, después de tanto tiempo, que al igual que aparece el amor, también llega el desamor y el desencanto. Y eso, no es culpa de nadie. Algo bien distinto es cómo se gestiona dicha situación por ambas partes. Pero bueno, cada uno lo hace lo mejor que puede. Y con eso me quedé.

No sé si fue Dublin, el tiempo transcurrido o simplemente que estaba preparada para asumir esta nueva realidad. Sólo sé que aquella mañana lloré, lloré mucho encerrada en mi habitación pensando en aquella historia que no funcionó, pese a que yo había puesto todo lo que pude de mi parte durante muchos años. Me sentí orgullosa de mí misma por hacer lo que hice por la persona a la que había querido tantísimo. Me sequé las lágrimas, me preparé el desayuno y salí al jardín trasero a disfrutar de un hermoso día soleado en Dublin. Mi vida no se había estancado, continuaba, avanzaba llena de aventuras, sensaciones y sorpresas. Me esperaba Irlanda, con los brazos abiertos, que representaba mi presente y mi futuro.

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