Juyeon llegó a nuestras vidas cuando llevábamos Peter y yo
solos un mes en la casa.
Nos gustó desde el principio, fue la primera persona normal
que entrevistamos después de no sé cuánta gente rara que vino a ver la
habitación. Después de su visita, ella no tardó en contactar con nosotros para decirnos que se quedaba con una de las habitaciones de la planta de arriba.
Juyeon era de Corea, cuando llegó a Dublin llevaba 6 meses
fuera de su casa. Previamente se había marchado a EE.UU. para estudiar. Había
estado en Los Angeles, San Francisco, Las Vegas… vamos, que se había recorrido
casi todo Estados Unidos.
En la residencia de estudiantes donde ella estaba conoció a
un estudiante alemán. Comenzaron a salir y entablaron una relación a la que
desde el principio le pusieron fecha de caducidad: No era compatible con la
distancia, ella en Corea y él en Alemania. Asique la historia duraría hasta que
ella tuviese que regresar a su país.
En junio de 2009, a Juyeon se le vence su permiso de
estudiante en tierras norteamericanas, cuando solicita la renovación se la
deniegan. Pero Juyeon aún no quiere regresar a Corea, asique pide permiso de
estudiante en Inglaterra. Nuevamente es denegada.
Le quedaba la opción de Irlanda, la cual es más permisiva
con estos temas. La solicitó y le fue concedida. De inmediato voló hasta
Dublin, algo que puso muy contento a su “pareja” alemán, ya que estaban muy
cerca el uno del otro.
Juyeon pasó un mes en una residencia de estudiantes en el
centro de Dublin, pero estos cerraban en agosto, por lo que tenía que darse
prisa en encontrar nuevo alojamiento.
Por suerte, no estaba sola, tenía amigas coreanas que vivían
en Dublin y que también estaban con un permiso de estudiante en el país.
A través de un anuncio llegó hasta nosotros, y decidió
quedarse con la habitación. Con ella entablé una bonita relación, que
lamentablemente se vio frenada por la barrera idiomática en muchas ocasiones.
Me enseñó algunas palabras en coreano, que ahora mismo no soy capaz de
recordar, y yo le enseñé algunas en español. Le encantó como pronunciábamos la
palabra “luna”, me decía que le gustaba como sonaba.
Gracias a Juyeon, conocí una cultura diferente: la asiática.
Su buena educación, su comida picante (utilizaban unas especias que picaban con solo olerlas!), sus costumbres… todo era diferente, y en
nuestras charlas en la cocina, yo no dejaba de preguntarle por aquel país tan
lejano para mí: Corea.
Su madre era ama de casa, su padre empresario y su hermano militar.
Una noche llamó a mi puerta diciéndome que estaba pasando un
frio tremendo allí arriba. Subí con ella y efectivamente en su habitación no se
podía estar. Su radiador no funcionaba y el poco calor que había dentro de la
casa se le escapaba por la ventana.
Me tiré en el suelo y le revisé el radiador, se lo arreglé
con una llave inglesa. Cuando me incorporé, me miró muy sorprendida y me dijo
que eso nunca lo hubiera hecho una chica coreana. “No es propio de las
señoritas hacer un trabajo de hombres”.
Siempre nos reíamos de nuestras habitaciones. Tenían el
mismo tamaño, estaban una encima de la otra, sin embargo, eran diferentes. La
mía estaba siempre recogida como un cuartel militar, y la suya, la suya, la
suya… bueno, era un desastre!. Ella misma se reía: ropa en el suelo, en la
cama, encima del ordenador, productos de maquillaje en la mesilla de noche, en
el escritorio, collares y pendientes repartidos por toda la habitación. Siempre
que necesitaba algo nunca lo encontraba!, y nos partíamos de risa!.
Pasé muy buenas tardes con ella en la casa, charlando en la
cocina mientras cocinábamos o cenábamos. Aunque generalmente no solíamos
coincidir con los horarios porque ella solía cenar más pronto que yo.
Aun recuerdo las noches que se quedaba hasta tarde hablando
por el Skype con su familia. Como las paredes eran de papel prácticamente, yo
escuchaba todo, aunque evidentemente no podía entender nada de lo que decía.
Siempre se estaba riendo y todo se lo tomaba con humor. Una
auténtica compañía para mí en tierras irlandesas!.