martes, 5 de mayo de 2009

Mi primer destino: Roma (I)

Cuando salí de Madrid el 25 de agosto con destino Roma, el día era lluvioso y hacía frío. Increíble para ser pleno verano!. Me vi obligada a llevar ropa de invierno.

Al llegar al aeropuerto me despido de mi padre, quien me da unos bocadillos que había hecho esa misma mañana para mí: "por si te entra hambre nada más llegar...". Los padres son los padres, que le vamos a hacer...

Una vez despacho mi maleta, me dirijo a la zona de embarque. Mientras hago la cola para subir al avión, me percato que soy la única pasajera que viaja sola: parejas de recién casados, matrimonios con niños pequeños, grupo de jóvenes... son mis compañeros de viajes.
Nadie me miraba, pero yo sentía como si todo el mundo se hubiese dado cuenta que viajaba sola. Fue en ese momento cuando me entraron todas las dudas: "Estaré haciendo lo correcto?", "Es realmente lo que quiero?", "No seré un bicho raro?"... Y mil y una dudas...
Lo cierto es que el viajar sola en aquel instante me produjo un nudo en la garganta, y no lo negaré, hasta un punto de arrepentimiento también. El pensar que me esperaban 15 días por delante, en un país que no conocía y con la única compañía de mi mochila, me agobió. Pero el viaje ya estaba totalmente organizado y pagado y no podía echarme atrás...

Durante el viaje empiezo a agobiarme más. A mi alrededor no dejo de ver parejas que se quieren y se besan, de los padres regañando a sus hijos porque se portan mal... y yo no tenía ni a quien besar ni a quien regañar. No lo negaré, un sentimiento negativo me invadió. Dudé de si me decisión de irme de vacaciones sola era una buena opción, si realmente era lo correcto... y bla, bla, bla... Se repetía nuevamente la misma escena que en la zona de embarque.

Al llegar a Roma, me esperaban 40 grados de calor a la sombra... y yo con ropa de invierno!. Aquella semana había llegado una ola de calor que recorría toda Italia. Menuda suerte la mía!.

Anfora romana.

El recibimiento de Roma no pudo ser peor: a los 40 grados de calor que me acompañaban, se sumaban el caos del aeropuerto de Fiumicino y la enorme desgracia que mi maleta estuvo perdida durante más de una hora.
Parada delante de la cinta de las maletas, observaba con una mezcla de preocupación y ansiedad, la llegada de mi preciada maleta que parecía no venir.
El resto de los ocupantes del avión fueron recogiendo sus pertenencias que la cinta iba escupiendo, pero ni rastro de la mía.
Yo no dejaba de pensar que qué iba a hacer sin ropa, sin mis cosas... durante 15 días. Mi preocupación iba en aumento, hasta que por fin, mi maleta apareció!, llenas de golpes, eso si, pero apareció.

Inmediatamente me dirigí al metro para coger el tren con destino la estación de Balduina, donde se encontraba mi hotel. Para llegar hasta los andenes no hay problema, está muy bien señalizado, pero una vez que llegáis a la estación de trenes os encontraréis un auténtico caos.
No hay demasiada información sobre los trenes que allí llegan, gracias a Dios que un italiano me indicó que tren debía coger...

Tenéis varias opciones de billetes, os recomiendo que cojáis los billetes de una semana o de un par de días, os saldrá más barato y podréis viajar sin problemas utilizando todos los medios de transportes de Roma. Estos billetes los podéis adquirir o bien en las taquillas o en las máquinas del metro o en puestos de periódicos.
Cuando accedais a los andenes, fijaos que hay unas máquinas de color amarillo, pues tendréis que picar el billete allí, de lo contrario no os libraréis de una multa.

El viaje desde la estación del aeropuerto de Fiumicino hasta Balduina era largo, aunque no tenía que cambiar de tren. Durante el trayecto conozco a un grupo de españoles más o menos de mi edad, en concreto eran unos 5 chicos y chicas. Hablamos de vanalidades, sin embargo, detecto enseguida que mi soledad les llama la atención, aunque no preguntan nada.
Ellos iban a la misma estación que yo, aunque eran incapaces de recordar el nombre del hotel donde se hospedaban.

Al llegar a la estación de destino, yo saco el mapa para poder localizarme, y ellos también lo hacen. Descubrimos justo en ese momento que no estamos hospedados en el mismo hotel, por lo que en ese mismo lugar nos despedimos.
Ellos se marchan, y yo me quedo parada en una calle totalmente desierta, ya que eran las 2 de la tarde y hacía un calor de justicia. No había nadie, y yo me encontraba de pie con la única compañía de mi maleta y escuchando un silencio de ultratumba.
De verdad que ahora que ha pasado el tiempo y recuerdo aquella estampa, pienso que mi primer viaje en solitario fue demasiado duro para mí. Se convirtió en una iniciación que puso a prueba mi aguante y mi fuerza, y la verdad que me cuesta entender como después de todo lo que pasé en tierras italianas, me atreví a seguir viajando sola.

Arco de Augusto. Roma. Septiembre de 2007.

El mapa no era demasiado bueno, ya que la impresión era un poco borrosa. Por desgracia, al no haber nadie en la calle, no tenía la posibilidad de preguntar, asique comencé a caminar hacia donde yo creía que era. En mi caminta me cruzo con un joven italiano, y es ahí donde puedo comprobar, en vivo y en directo, el autentico estilo romano de los chicos: camiseta ajustada, pelo repeinado, musculitos, gafitas de sol de último modelo... El joven me indica que cree que el hotel está encima de una colina. Lo que me faltaba!, 15 kilos de maleta, ropa de invierno, 40 grados de calor, ni un solo árbol en mi camino, un sol de justicia, y encima, cuesta arriba!.

Enseguida veo el hotel, y efectivamente, se encontraba encima de una colina... La calle era muy empinada, la maleta comenzó a pesarme, yo no dejaba de sudar, y empecé a sentir, para colmo, una sed insoportable.
En mi subida, comencé a acordarme de todo lo que había dejado en España: mi casa, mi familia, mis amigos... Y comprendí que esta no era la mejor bienvenida que deseaba.
Creo que fue en ese momento cuando sentí una soledad muy pesada, tanto que creo que la llevaba a cuestas en mi maleta...

Durante mi subida al Monte Mario, comencé a plantearme nuevamente si había sido una buena decisión o no el haber viajado sola, si de verdad sería capaz de disfrutar una auténticas vacaciones. Lo cierto es que en aquel momento no pensaba si sería capaz de soportar 15 días recorriendo Italia con la única compañia de mis enseres, sino que en mi mente revoloteaba la horrible bienvenida que había tenido, y lo injusta que estaba siendo mi primera experiencia en soledad...

Cuando llego al hotel respiro aliviada: por fin he llegado!, aunque para acceder al hotel haya tenido que subir la maleta por las escaleras, ya que el ascensor no funcionaba...
Me adjudican una habitación en la primera planta. En principio la idea no me entusiasma, ya que las plantas inferiores nunca me han gustado, pero si he de ser sincera, en ese momento me daba todo igual... Solo quería llegar a aquella habitación, dejar mis cosas, beber agua y darme una duchita bien fría!.

La habitación del hotel es pequeña, pero muy coqueta. Pronto dejo de pensar que estoy en la primera planta, cosa que me agobiaba un poco, para alegrarme de ello, ya que por ser el piso más bajo tengo una pequeña terracita con plantas... me gusta la idea!.

Saco el bocadillo que me había preparado mi padre, jolin!, como me he acordado de él en aquel momento!. Me comí aquel bocadillo con cierta angustia...
Y es en esta parte de mi relato cuando tendré que confesar algo que nunca le he contado a nadie: al verme totalmente sola en aquella habitación, lejos de mi familia, con un viaje que en principio había sido planeado para dos pero que terminó siendo para mí únicamente y con una ruptura sentimental recién salida del horno... no pude evitar el romper a llorar desconsoladamente.
Enseguida me encerré en el cuarto de baño, no era capaz de tranquilizarme, sentía como una especie de claustrofobia, me tapaba la cara con las manos, casi no podía respirar, me faltaba el aire y no dejaba de llorar. Creo que hubo gente que escuchó mis gritos desde pasillo.
Pronto me doy cuenta que estoy sufriendo una crisis nerviosa, pero nadie puede ayudarme...

Respiro hondo una y otra vez. Cuando consigo tranquilizarme, decido que lo mejor será dar un paseo, y por qué no?, presentarme frente al Coliseo. Cualquier cosa era buena con tal de calmarme...

Enseguida cojo el mapa que me habían dado en el hotel y decidio hacer mi primera ruta por la capital. Preparo mi mochila con mis cosas, me cambio de ropa y me marcho.

No fue la última crisis nerviosa que he padecido en mis viajes, pero si la primera que me enseñó que hacer ante estas situaciones: lo mejor es salir a dar un paseo y calmarse.
Este tipo de cosas es normal que sucedan, sobre todo en el primer viaje en solitario. Pero lo bueno es que se aprende a poner remedio.
El salir de paseo nos ayuda a despejarnos, a tomar un primer contacto con el entorno y sobre todo, a calmarnos. Porque os puedo asegurar que es horrible cuando suceden este tipo de cosas estando uno solo en un país que no conoce y sin poder pedir ayuda.
A mí me funcionó!, y apliqué este pequeño remedio casero en otras ocasiones, y la verdad es que me vino fenomenal!.